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Volviendo a la casa del Profesor Nino Carelli

Tegucigalpa, capital de Honduras, tiene un millón de habitantes. Su gente vive en un valle rodeado de montañas verdes. La altitud carga la brisa fresca. El verde de las montañas amanece claro y termina el día en un tono oscuro.
En el camino hacia la casa del profesor Nino Carelli veo al Cristo del Picacho. La iluminación, en la noche y la estatua del Cristo, con sus brazos abiertos hacia abajo, dan la impresión de que fluctúa. Fluctúa sobre el mal y el bien. Del ser o del no ser.
El taxi corría en las curvas sinuosas de la montaña que lleva a la casa del profesor. Subía y se encontraba la neblina, las nubes y sobre ellas el Cristo fluctuando.
El aroma del pino abría las puertas del pasado, de la sierra catarinense, del planalto, de Canoinhas .
– Pasando el Cristo es la segunda a la derecha. Le dije al taxista. El camino seguía, y a sus pies, la ciudad, a lo lejos el aeropuerto, al lado, Él fluctuaba
– Para el auto. Bajé.
Las luces de la ciudad, del aeropuerto, del Cristo cortaban el oscuro de la noche sin luna. En algunos momentos es más difícil estar lejos de casa. El aroma del pino es un recuerdo de la infancia. Del tiempo sin tiempo, sin ser. Sin mañana.
Caminé hasta el borde del precipicio. Un paso al infinito. Tan sencillo morir y descubrir todos los secretos del universo. ¿Por qué tenemos tanto miedo?
– Hola señor, salga de ahí¡ Es peligroso! Grita el taxista.
– Vámonos entonces.
Saliendo de la ruta principal, a la derecha, seguimos por una calle de tierra que al final tenía tres casas.
– Pare en la ultima casa. Al final de la calle. Escura la noche, caminé hasta el letrero luminoso: Inde Nunc Est Quod Insania…. Latín. Nunca entendí que decía. Era el portón de la casa del profesor.
Del portón a la entrada de la casa, son exactos 50 metros. El camino pavimentado de guijarros blancos ascendía. La puerta siempre abierta. Entré. El ancho corredor, con pinturas de Roque Zelaya a los dos lados, terminaba en la sala redonda y su balcón que mostraba el acantilado de todas las vidas.
Tres grandes fotos en la pared: dos mujeres y una niña.
– Son mis muertos – dice Nino, entrando a la sala.
– Mi madre, mi señora y mi hija. Todas muertas allá. Nino apunta para la pista del aeropuerto luminosa al final del horizonte.
– Tomas ron?

– Claro que si, profesor.
Abre otro 21 años.
– Con dos piedras, nada más, por favor.
– Yo mismo las enterré aquí en la casa.
– ¿Como es eso? ¿Las enterró aquí?
– La municipalidad permitió y allí están.
Nino me lleva al balcón y me muestra su jardín. Eran tres arboles distantes dos metros entre ellos.
– Yo las enterré allí y planté naranjos sobre los cadáveres. Nino se levanta y saca de la nevera una jarra llena de jugo de naranja.
– Tome, es el cuerpo de mi mujer. Tu eres el único ser humano, después de mí, a tomar esa copa sagrada. Parte de Lolita está en ese jugo.
– ¿Puedo mezclarlo con un poco de ron?
– Claro que si, Lolita amaba ron.
Bebi. Encontré em el cielo oscuro el vacío lleno de nubes, toda venia volando. Volé hasta la pista del aeropuerto, vi los muertos del profesor en plásticos negros, en calles desiertas. Accidente aéreo.
– ¿Tiene más?
– Es la naranja de la vida, cultivada sobre cadáveres. No tome mucho, sino es posible que usted no vuelva. Casi me quedé al otro lado para siempre. Volé y volví. En el piso de la sala estaba el profesor Carelli, acostado sobre sus almohadas blancas. Dormía.
En su gran biblioteca hojeé algunos libros hasta que me encontré “Las Memorias de Lolita” – escritor, Nino Carelli, pagina 37: “Luchando por la vida, Lolita venia en la vereda. Sus piernas, sus contornos eran revelados por el viento del norte. Nunca fue tan fácil, Lolita. El viento desnudaba su lindo cuerpo, esas paginas encuentran a su alma, Lolita. Tenia 19 años. A ella no le gusta hablar sobre eso. Ocurrió. Padre, padrastro, profesor, todos necesitan de sexo. Justificaba Lolita”.
Yo solo cerraba los ojos y huya del mundo.
– “Lolita no digas nada, será peor para nosotros. Aconsejaba su madre”.
Miré al jardín, vi los árboles. Nino dormia en la sala. Tristes vidas, de los que parten y de los que se quedan.
Me llamo Ariel Seleme, soy natural de Itaiópolis una pequeña ciudad de Santa Catarina, al sur de Brasil. Soy formando en Economia por la PUC-MG y maestro en Economía Internacional por la Universidad de las Naciones Unidas. Actualmente trabajo en el Ministerio de las Relaciones Exteriores de Brasil en la función de Oficial de Chancelaria. En los últimos 12 años vivo en el exterior en países como Nicarágua, EUA, Vietnan y hoy, en Honduras.
1- Catarinense – gentilicio de quien nace en el estado de Santa Catarina, al sur del Brasil.
2- Ciudad del sur de Brasil.
* Fotos de la internet.

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